Por Violeta
“Me acuerdo que me sentí mal varias veces porque dejaba a mi hijo con mi hermana y yo me iba a la catedral a dejar comida (…) mi mamá decía que yo no quería a Carlitos, ¿Cómo nos dicen esas cosas, ¿Verdad?”, comenta Miriam Gómez, exiliada nicaragüense de 32 años.
Si bien, Miriam reitera que ama a su hijo profundamente, ella sentía que no podía dejar de ayudar a los y las jóvenes que protestaban en el estallido de la revolución de abril, denominado así por el inicio de la crisis sociopolítica de Nicaragua en 2018.
“Yo le cuento a Carlos que un día vamos a volver a Nicaragua, que allá están sus abuelitos, le cuento que la gente allá es valiente, que hay bastante calor, que es bien bonito (…) me siento todavía culpable, me duele recordar el 2018, pero estoy viva y ahora lucho de otra forma”, expresa.
Podría escribir todas esas partes emotivas que acompañan la maternidad: el día que el corazón se nos hace pequeñito cuando nos dicen por primera vez mamá o cuando alzan sus brazos para que los carguemos porque somos su lugar seguro; sin embargo, criar a nuestros hijos va más allá del Yin Yan que se ve en las redes sociales.
Hay una palabra constante en los relatos de muchas madres: la culpa. Esa que viene de los mandatos sociales que se les atribuye a las mujeres; que dicen que nuestra prioridad es ser madre y que nos convertimos en “malas madres” si hacemos por un mínimo instante algo que salga de esos mandatos de amor y cuido a nuestros hijes por 24/7.
Miriam es una mujer joven llena de valentía y coraje que estuvo al frente de muchas acciones de calle en contra del gobierno dictatorial que hay Nicaragua, arriesgando su propia vida en muchas ocasiones, momentos en los que expresa que se decía así misma: “Mi hijo al menos va a saber que su mama murió luchando para darle un mejor país”.
Ella está consciente de su ímpetu y coraje al enfrentar muchas adversidades a lo largo de su vida, pero, la palabra culpa aún regresa de vez en cuando por las noches gélidas del país que habita actualmente. “No es fácil ser madre, estar sola y reflexionar sobre la vida, yo evito pensar mucho, me pongo peor”. Comenta.
Miriam nunca ha asistido a espacios de apoyo mutuo, ni ha recibido acompañamiento emocional dado que considera que no tiene tiempo, pero si lo hará – más adelante – porque quiere sentir alivio de todas esas ideas recurrentes que siente y la tristeza profunda que vuelve a ella al recordar el año 2018.
Ni perdón ni olvido por nuestros duelos, por nuestros muertos
En Nicaragua tenemos muy presente el asesinato de muchos jóvenes a manos del Estado; jóvenes que querían cambios para nuestro país y viene a nuestra mente la frase: “Ni perdón ni olvido”. Además del coraje con que muchas madres enfrentan al régimen en su demanda por la verdad y la justicia, es muy importante que mencionemos la brutalidad del terror psicológico sistemático que se vive desde esa fecha hasta la actualidad en esas tierras.
“Yo acuso al Estado de Nicaragua por el asesinato de mi hermano (…) soy madre y trato de ser mamá, llevarlos [mis hijos] al parque, esto te hace más difícil la maternidad porque te llena de muchos temores” comenta Patricia, madre feminista y defensora de la justicia y la memoria.
Las personas que deciden quedarse “viven en dos realidades” como explica Patricia, quien considera que el miedo coexiste al ejercer un rol como madre en medio de un contexto que implica resiliencia.
El hecho de ser madre es una mochila que acarrea sueños, esperanzas y anhelos de un futuro mejor para nuestras próximas generaciones y también trae consigo miedos que se agudizan más en contextos sociopolíticos como los hechos en Nicaragua, donde nunca sabemos que pasará el día de mañana.
De esta forma se van produciendo deudas históricas con las mujeres, principalmente con las madres, a quienes se ha negado – desde siempre – ver la maternidad como un asunto colectivo más que individual
Patricia relata lo distintas que han sido sus dos maternidades con o sin el componente de la crisis que enfrenta Nicaragua: Con su primer hijo realizó un Baby Shower, tomó fotos y se enorgullecía de mostrar su “pancita” y del posterior nacimiento de su bebé. Si bien, siempre deseó ser mamá de nuevo, su segundo hijo trajo muchos miedos a ser juzgada ya que no recibió el apoyo que esperaba.
“Ser mamá en un momento de lucha y resistencia es tener un polo a tierra”, menciona. “Cuando vos luchás por cambios en tu país lo hacés por las futuras generaciones, mi segundo hijo vino a ser un símbolo de resistencia de por qué lucho y vino a afirmar mis compromisos de cambios reales en este país”.
Posicionando nuestras maternidades
“El patriarcado impone lo que podríamos llamar la institución de la maternidad: un mandato donde no tenemos vida propia ni capacidad de elección, donde se supone que no podemos tener otros intereses más allá de ser madres”, indica a C5N la periodista y socióloga María Esther Vivas,autora de Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad.
La ansiedad, miedos e insomnio son palabras recurrentes que vamos encontrando en conversaciones cotidianas con muchas mujeres en Nicaragua, dado que las opciones para vivir en el país cada día son más escazas.
Muchas personas deben exiliarse por miedo a ser apresadas y/o cansadas del asedio por parte del Estado, otras deben partir a otros países para tener trabajos y así garantizar alimentos e insumos básicos para sus familias y aún están aquellas que, por distintas razones, quedan están en Nicaragua y siguen organizadas.
Es una realidad que prevalecen las situaciones dolorosas y traumáticas que enfrentamos las mujeres que somos madres y trabajamos en la defensoría de derechos, que no estamos exentas de vivir la violencia de esos paradigmas recalcitrantes y ambiguos que cuestionan nuestra pluralidad de ser.
Actualmente, muchas estamos tratando de ver la maternidad desde una posición más de “adentro hacia fuera”, tejiendo redes de apoyo con otras mujeres que nos sentimos unidas por la maternidad. Queremos romper esos paradigmas demandantes por elegir entre nuestras profesiones y sueños versus el ejercicio de la maternidad.
No es viable una competencia dado que, posiblemente, saldríamos perdiendo. Pero sí está claro que nuestra apuesta está en vivir sin culpas, sin miedos, sin dolor, sin rechazo de espacios. Tal y como soñamos a Nicaragua así luchamos por nuestro derecho a decidir.
¡A las gafas violetas y hagamos revolución!